Cámaras corporales en emergencias médicas: entre la protección y la privacidad


En la atención prehospitalaria, cada minuto se convierte en una pieza irrepetible de la historia de alguien. Quien trabaja en una ambulancia lo sabe: un turno puede iniciar con un traslado rutinario y terminar en una escena que marca para siempre. En medio de esa realidad dinámica, incierta y, a veces, injusta, ha surgido una herramienta que según muchos promete transparencia, pero según otros amenaza con alterar la relación sagrada entre paciente y proveedor: las cámaras corporales.

Aunque su uso ha sido ampliamente discutido en fuerzas policiales y militares (EEUU), en los servicios de emergencias médicas (SEM) el debate apenas está tomando forma, especialmente en Latinoamérica y el Caribe, donde los marcos normativos avanzan a un ritmo muy desigual. 

En países como Estados Unidos y España, varios servicios ya han comenzado proyectos piloto; mientras tanto, en República Dominicana y Puerto Rico empieza a aparecer la conversación—y cada vez con más fuerza.

¿Por qué las ambulancias están mirando hacia las body cams?

La respuesta no es simple, pero sí urgente. En los últimos años los servicios prehospitalarios han enfrentado:

  • Aumento de agresiones a paramédicos y técnicos.
  • Reclamaciones legales por supuestas malas prácticas.
  • Exigencia creciente de documentar intervenciones complejas.
  • Necesidad de capacitación más realista y basada en escenarios del mundo real.

Las cámaras corporales prometen actuar como testigos imparciales. Un paramédico puertoriqueño lo resumió así durante un taller reciente: “Si hubiera una grabación de lo que pasó en ese caso, no estuviéramos discutiendo tres versiones diferentes. La escena habla sola.”

Y tiene razón. En un mundo donde un segundo mal interpretado puede destruir la reputación de un profesional, las body cams pueden convertirse en ese aliado silencioso que simplemente registra la verdad.

El otro lado del lente: ¿qué pasa con la dignidad del paciente?

Ahí surge la gran tensión ética. Un paciente en paro respiratorio, una víctima de violencia sexual o un niño en crisis no siempre está en condiciones de aceptar o rechazar el uso de una cámara.

La pregunta que más se repite en seminarios internacionales es:

¿Dónde termina la transparencia y dónde comienza la invasión?

Los SEM deben equilibrar tres principios que a veces chocan entre sí:

  1. Beneficencia: documentar para proteger al paciente.
  2. Justicia: documentar para proteger al proveedor.
  3. Autonomía: respetar la privacidad en momentos extremadamente vulnerables.

En varios países europeos se ha adoptado una solución intermedia: las cámaras solo se activan en situaciones de riesgo, agresión o escenas de alto conflicto. 

En otras regiones, se activa únicamente cuando el equipo llega a un entorno hostil. Sin embargo, esto abre una nueva discusión: ¿Quién decide cuándo un riesgo es suficiente para presionar el botón?

Un recurso educativo que transforma la formación

Donde existe consenso mundial es en el valor formativo, las grabaciones permiten:

  • Revisar intervenciones reales y mejorar tiempos.
  • Evaluar comunicación terapéutica.
  • Corregir errores de técnica en RCP, extricación o manejo de trauma.
  • Identificar fallos en protocolos y rutas de acceso.
  • Fortalecer el liderazgo en escenas caóticas.

En República Dominicana, varios instructores y lideres en Atención prehospitalaria han expresado que contar con material audiovisual auténtico facilitaría la enseñanza de mnemotecnias, normas y protocolos utilizados en la región, tal como se promueve en Guía Prehospitalaria y GP Magazine, plataformas que ya son referencia en Latinoamérica.

¿Afectará el comportamiento del personal prehospitalario?

Todos los estudios publicados hasta la fecha coinciden en algo:
sí cambia el comportamiento, pero de una forma significativa y positiva.

Con la cámara encendida se observa:

  • Mejor uso del lenguaje profesional.
  • Reducción de discusiones innecesarias con familiares.
  • Mayor adherencia a protocolos.
  • Mejor documentación verbal durante la escena.

No obstante, algunos temen que la presencia constante de la cámara genere rigidez, ansiedad y pérdida de espontaneidad en la relación con el paciente. La clave —según expertos— es que el personal se sienta protegido, no vigilado.

El desafío para Latinoamérica y el Caribe

Regiones como República Dominicana, Panamá o Colombia aún tienen preguntas abiertas que deben resolverse antes de la implementación:

  1. ¿Quién custodia las grabaciones?
  2. ¿Por cuánto tiempo deben guardarse?
  3. ¿Cómo se evita la filtración en redes sociales?
  4. ¿Qué pasa si el paciente pide borrar su video?
  5. ¿Se necesita una ley específica o basta con modificar protocolos internos?

Además, hay un punto crucial: la desigualdad tecnológica. No todos los servicios tienen los recursos para adquirir cámaras con almacenamiento seguro y cifrado, o para entrenar al personal en su uso ético y técnico.

Tecnología sí, pero con humanidad

Las cámaras corporales no son el enemigo ni la solución definitiva. Son una herramienta poderosa que, usada con responsabilidad, puede elevar la calidad del servicio, proteger al personal y ofrecer claridad en situaciones críticas.

Pero su implementación solo tendrá sentido si se acompaña de:

  • Educación continua.
  • Normativas claras.
  • Protocolos éticos.
  • Respeto absoluto a la dignidad del paciente.

 “No se trata de grabar pacientes; se trata de grabar decisiones”

Y esas decisiones, en la atención prehospitalaria, siempre deben estar guiadas por humanidad, prudencia y profesionalismo.
Guía Prehospitalaria MEDIA

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